Desde el aula, del ITP a la UAEH...

Hablar de arquitectura, invariablemente, nos evoca a pensar en reflexiones que han intentado, intentan y seguirán intentando lograr paradigmas tanto filosóficos, como científicos; lo cierto es que la arquitectura ha procurado, a lo largo de la historia, crecer y determinar la evolución de las sociedades.

Desde el siglo XX y en los últimos 12 años, se han venido dando movimientos, estilos y tendencias que dieron rostro y cuerpo tanto a movimientos sociales y culturales de muy diversa índole, pero ha sido constante algo en la arquitectura, que regularmente no pasa desapercibido, es decir, la clásica relación entre materia y forma; la cual ha sido superada en la medida que, para materializar la forma, se ha partido del dominio sobre una creciente lista de nuevos materiales: las distintas variedades de acero, de aluminio y de aleaciones metálicas, el concreto armado, el cristal y la inmensa variedad de polímeros; que de una u otra forma marcan la evolución tanto de la fisonomía de la misma arquitectura como de los procesos constructivos, por tanto, se entiende dicha relación; sin embargo, eso solo se conoce en el ámbito profesional, en las instituciones y organizaciones colegiadas y hasta en exposiciones que al caso vengan, pero pasa un fenómeno social interesante a los ojos de los profesionales de la arquitectura. Los arquitectos, la mayoría de las veces, nos quejamos del desconocimiento o reproche que existe del público en general hacia la arquitectura. Los “intelectuales” saben sobre pintura, música, literatura y cine pero desconocen acerca del arte de la arquitectura.

La Arquitectura es la “gran olvidada” de las artes y su crítica, aún más.

Así como hay pocos medios para difundir la buena arquitectura, también faltan, o no existen, instrumentos eficaces para impedir que se realicen atrocidades en el campo de la construcción. Funciona la crítica pública para los filmes, la literatura, pero no para evitar escándalos urbanísticos y arquitectónicos, cuyas consecuencias son más perdurables que los de una revista pornográfica. Sin embargo, toda persona es libre de apagar la radio o la televisión, no ir al cine o no comprar un libro, pero nadie puede cerrar los ojos frente a las edificaciones que integran la escena urbana de la vida cotidiana. Los arquitectos no podemos, ni debemos limitarnos a comprobar  la  existencia  de  este desinterés del público y aún peor, de la mayoría de los arquitectos.

En esto hay sin duda, dificultades objetivas y una incapacidad por parte de los arquitectos, historiadores y críticos del arte para hacerse portadores del mensaje arquitectónico y para difundir el amor a la arquitectura, por lo menos en la masa de la gente educada. Los profesionistas de la arquitectura, por sufrir los problemas económicos de la edificación actual, tienen una profunda pasión por la arquitectura en  el  sentido   vivo     de    la   palabra pero carecen en su mayoría de una cultura que les dé el derecho a entrar legítimamente en el debate histórico y crítico, ocultándose tras un velo de una estética mal entendida.

La cultura de los arquitectos modernos está ligada frecuentemente a su polémica vacía, luchando contra el academicismo falso e imitador y mostrando al mismo tiempo un interés por las obras históricas, pero desconociendo el sustento de éstas; olvidando que el elemento conductor vital y perenne, sin el cual ninguna nueva posición o vanguardia tiene valor son la historia y la cultura.  Muchas ideas fueron eso, simples ideas, que fueron agrupándose, reagrupándose y enriqueciéndose, hasta constituir teorías, las cuales han dado origen a vanguardias y tendencias, que en la Arquitectura han servido para crear los objetos, algunos de ellos convertidos en paradigmas, que representan a la sociedad del pasado siglo, a nosotros mismos, y que permitirán en el futuro, a través de su análisis, comprender cuales fueron nuestros gustos, anhelos, prejuicios, búsquedas y aspiraciones.

La importancia de la crítica arquitectónica descansa en dos grandes parámetros del quehacer profesional,  por una parte permite la sustentación teórico-práctica de los proyectos arquitectónicos, los cuales responderán a un tiempo, a un lugar y a una sociedad específica; a través de ella se genera un proceso metodológico creativo que lleva a la concreción de la verdad en el objeto. Por otra parte, permite el cuestionamiento fundado ---teoría del diseño y de la arquitectura---, acerca de la arquitectura propia y ajena, para emitir juicios de valor que permitan tanto el conocimiento y difusión de la arquitectura, como el progreso de la misma.

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