El espacio público: una reflexión

Siempre me he considerado una persona que prefiere caminar, que anda por la ciudad no por una cuestión ecológica o sustentable, aunque el hecho de que no tenia automóvil potenciaba esta manera de movilidad, la realidad es que he mantenido un interés genuino por ver y conocer la ciudad a través del andar, cualquiera de las ciudades que visité o en donde he tenido la oportunidad de radicar, por ejemplo, una ocasión me anime a caminar en su totalidad la avenida de los Insurgentes en la CDMX, solo por el simple hecho de saber el tiempo de recorrido y por ver su dimensión, en otra ocasión pase 5 horas en una banca de la Plaza de España en Barcelona mirando hacia la Rambla… estos ejercicios, y otros, me han permitido conocer y reconocer muchas cosas del espacio público. Como estudiante de arquitectura, opté por recorrer la ciudad de Pachuca, lo intente hasta sus límites y de un lado al otro, era un ejercicio constante, esto me permitió entender de alguna manera el tamaño de la ciudad, también el reconocimiento de sus partes, colonias, barrios, territorios, lugares y hasta sus vicios urbanos, pero más importante, al igual que en las otras ciudades, reconocer los espacios públicos. Vivir la ciudad, no importa cuál, siempre ha sido un ejercicio humano, “el espacio público empieza en la banqueta afuera de tu casa”, me dijo una vez Carlos González Lobo en el seminario de investigación dentro de su aula en anexo del posgrado en ATH, ahí donde estaba la columna roja en torno a la cual Carlos hablaba sobre cualquier cosa relacionada con la arquitectura y la ciudad, ahí donde mi interés por la dimensión de lo público retumbó con cada manotazo que hacia en esa columna. Esa frase me ha estado dando vueltas en la cabeza desde entonces, tanto, que hoy intento comprender a nivel de la investigación su relevancia: ¿qué es el espacio público?, ¿desde cuándo es público?, ¿dónde comienza lo público? No pocos, menos desconocidos autores e intelectuales han estudiado, disertado y analizado al espacio público o a lo público en la ciudad, personajes como Jordi Borja, Zaida Muxí, Josep Ma. Montaner, por mencionar algunos, o en nuestro país los estudios de Gerardo Sánchez han resultado profundos e interesantes. Incluso a nivel filosófico, el espacio público ha sido revisado, por ejemplo, Walter Benjamin con su peculiar manera de entender la ciudad y lo público, su recorrido y entendimiento con esa criatura urbana llamada El Flâneur, que analizaba y observaba las “situaciones” en la ciudad, en fin, grandes autores y personalidades del ámbito sociológico y urbanístico han aportado algo sobre la ciudad y el espacio público.


El espacio público parece ser entonces uno de los elementos más preponderantes y con mayores posibilidades de abordar en muchos niveles, ya sea a nivel sociológico, o desde el ámbito del diseño, estructura y planeación en el urbanismo y es digno de observar, categorizar y de entender, pero sobre todo de valorar y defender como un mecanismo que genera situaciones de identidad o apropiación de significados a la manera metafórica de Aldo Rossi o descriptiva y dimensional como la de Kevin Lynch. El espacio público en situaciones urbanas en general y en cualquier ciudad ha sido de suma importancia desde la creación de las sociedades y de las ciudades, como lo fue el ágora en la Roma Imperial, o en la sociedad tecno-productiva y consumista de la Revolución Industrial, o en el siglo XX, donde la creación y mantenimiento de espacios públicos parecía estar supeditado a los designios del mercado, por decir lo menos. En la actualidad, los espacios públicos fluyen en innumerables maneras de crearse, entenderse y percibirse, o hasta en su manera de vivirse.

Las sociedades modernas han hecho de estos elementos de la ciudad, referencias urbanas y permiten su interpretación con diferentes orígenes y significados, legibles o ilegibles que merecen muchas reflexiones. Una de esas reflexiones es sin duda alguna, esta que hago aquí, y que no pretende profundizar en todas las variables que conforman al espacio público desde alguna perspectiva académica específica, el verdadero objetivo de este texto es simplemente definir al espacio público desde una un punto de vista vivencial, y dado que, para poder intentar analizar y posteriormente defender al espacio público a un nivel académico o de investigación, lo primero que debo hacer es intentar entenderlo, primero si es posible, desde la banqueta de mi casa.

Mi primer encuentro con el espacio público lo tuve en mi infancia, mi padre acostumbraba llevarme al Parque Hundido para andar en bicicleta, a esa edad, el espacio público pues no tenía un significado académico o intelectual, era más sencillo, ya que fue (y es), un lugar de juego y esparcimiento colectivo, en el entendido de que había otros chicos en bicicleta o pateando un balón, sin embargo no era el único lugar que consideraba así, cuando visitábamos Pachuca, un ejercicio autentico de apropiación del espacio público, pero sobre todo de identidad colectiva se daba en la “cascarita” callejera con los primos, la sensación era inspiradora. Cuando uno se hace adulto, o al menos lo intenta, las nociones de libertad que la infancia ofrecía cambian, no diría que desaparecen, solo cambian hacia la responsabilidad civil. La ciudadanía compromete… de ese modo, mi pensar sobre el espacio público se empezó a dar en el sentido de los significados y la identidad, esos ejercicios que comentaba anteriormente se volvieron recurrentes por una situación posiblemente generacional, la sociedad en la que me desarrolle fue incapaz de entender la importancia de los espacios públicos como mecanismos de defensa en contra de la hiper-urbanización de los años noventa, del crecimiento de las mal llamadas “privadas” y del deterioro social que surgió a partir de las políticas neoliberales, todo era comerciable y todo tenia un precio, incluso el espacio público, es por muchos sabido, que incluso hoy en día se prefiere construir una torre de oficinas, con todo lo que eso signifique, en un lote propiedad de la ciudad, antes de siquiera pensar en gestionar un espacio para la ciudad y sus ciudadanos, ya sea esta una plaza o un parque. Cuando estudiaba la licenciatura, fue cuando tuve la oportunidad de conocer a los diferentes autores que hablaban de la ciudad, algunos profesores en el ITP, estaban trabajando al mismo tiempo, en áreas de planificación urbana en la administración pública de la ciudad y a nivel Estatal, sus comentarios y acciones, fueron lo que me permitió conocer de primera mano, la manera en la que se tomaba y se entendía al espacio público, y estos lugares se volvieron, en ese entonces, en ejercicios efímeros que quedaron relegados a meros espacios de reciclaje, plazas o parques por mencionar algunos, sin profundidad ni significado o identidad. La calle, que siempre ha sido el origen de lo público, como lo han manifestado muchos autores a lo largo del tiempo, se convirtió en un contenedor de automóviles y comerciantes informales que terminó por convertirse en un espacio de riesgo en diferentes ámbitos sociales. El espacio público tiene muchas maneras de abordarse, muchas dimensiones y demasiadas maneras de entenderse, es complejo, por eso, lo entiendo como el lugar donde se generan, democráticamente, las actividades públicas que las personas asisten a satisfacer, ya sean estas fisiológica o sociales, en el ámbito de la tradición, la costumbre y a nivel social. El espacio público, visto desde “mi banqueta”, es el absoluto de la ciudad y donde se da la vida comunitaria, el andar, en el recorrido que hoy en día se hace, el espacio urbano abierto y público se manifiesta como el elemento donde existe la ciudad, y en la ciudad es donde se da una carga de significados y se desarrolla la identidad, lejos de los edificios representativos o importantes, el espacio público se convierte en el patrimonio de la ciudad y para la población que la habita y la visita.

Esta reflexión me permite definirlo desde mi realidad y potencia mi interés en estudiarlo y gestionar mecanismos para su defensa como referente en la vida cotidiana. En algunas situaciones de la ciudad, cuando se habla o se escribe en ámbitos genéricos sobre el espacio público, la mayoría de las lecturas que se hacen, tienden a decir que el término se refiere estrictamente a los elementos de una ciudad a los que se puede ingresar, es decir, entrar, circular, observar y estar en ellos, incluso, algunas personas tienden a decir que “no son lugares”, que tienen poca o nula importancia ya que como han estado tanto tiempo ahí, ya no vale la pena ponernos a reflexionar sobre su importancia o su necesaria existencia. También, cuando se piensa en el espacio público, se hace de una manera superflua, en el caso de algunas personas, se imagina o se entiende, por ejemplo, en la plaza, independientemente de su condición o elementos, ya sea histórica o relativamente nueva, como el lugar dónde se reúnen las personas para permanecer instantes e incluso, como sucede hoy en día, se piensa en las plazas o explanadas como espacios donde se hacen mítines de diversas vertientes y filosofías políticas, ya sea de los denominados grupos y movimientos feministas, indigenistas, sindicalistas, etc., o del turista que lo recorre como un mero ejercicio de conocimiento o búsqueda de referencias o edificaciones aledañas en esa parte de la ciudad, y al mismo tiempo, es el lugar donde una persona trata de vender algún producto o servicio cualquiera. Pero la realidad es que no se profundiza en su dimensión, su origen, sus significados y significantes, sus prácticas urbanas, sus elementos compositivos o hasta su análisis historiográfico para poder comprender a dicha plaza o explanada pública, y eso por dar un ejemplo sobre la interpretación que se tiene del espacio público en una ciudad cualquiera. Desde hace algunos años, en nuestro país se vive una renovación en la manera de atender los problemas de origen urbano, los gobiernos y en mayores casos, las ONG’s han propuesto y logrado establecer políticas que tienen un firme interés en el rescate del espacio público como “producto” y sus posibles aplicaciones prácticas, y sociales evidentemente. La necesidad por lograr de la ciudad un producto de modelos económicos del siglo XX, había impedido la adecuada planificación de muchos ámbitos del quehacer en la ciudad y por los ciudadanos, incluso situaciones cotidianas de las personas en su ciudad habían mermado gracias a la globalización y el neoliberalismo. El espacio público tuvo problemáticas similares, había sido delegado a un mero producto del denominado “Star System” norteamericano y la mercadotécnica, no sin antes hacer pocas o ninguna propuesta pensada, uno, en lo público, y dos, en la ciudad y sus ciudadanos, sin embargo, a partir de que se empiezan a observar situaciones de migración y exclusión, de violencia e inseguridad, especulación inmobiliaria, gentrificación, carencia de servicios, y muchos otros fenómenos de la ciudad, la sociedad y la población, muchas organizaciones urgieron a pensar en lo público, en lo social, en la gente y sus actividades en la ciudad. Es a través de diferentes herramientas urbanas y sociológicas, que se permitirá potenciar el desarrollo social de los ciudadanos, si además se considera al espacio público como medio para lograrlo, sumándolo a la producción, la economía y la sustentabilidad estaremos en vías de lograr ciudades legibles y adecuadas a la vida en este siglo XXI.

La reflexión aquí expuesta, tiene como fin establecer un vinculo entre el espacio público y las personas que lo habitan, siempre desde una perspectiva de cada ciudadano, y para este caso de la mía. Cada sociedad de cada ciudad hace y reconoce a sus espacios públicos como patrimonio urbano, así como parte de la salud de la ciudad. La calidad del espacio público se podría medir con base en la consideración de ellos como espacios comunitarios, como elementos dignos de su rescate y mantenimiento, y como elementos que generan identidad. Podría concluir diciendo que el espacio público es parte de la cultura urbana contemporánea, que da reconocimiento a lo comunitario y que el diseño y mantenimiento de los estos se deberá gestionar y proponer a través de planes urbanos con una base social, con equidad de género, pero sobre todo de manera participativa y colaborativa y aunque estas ideas pueden ser base para un estudio a profundidad, por ahora se deberán leer como las aportaciones a nivel personal de un arquitecto con pretensiones de urbanista, pero más importante aún, como un individuo que quiere coadyuvar en el ejercicio de hacer ciudad.

Referencia bibliográfica:
Benjamin, W. (2013). El flâneur en el Libro de los pasajes. Madrid. Ed. Casimiro.

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